Nuestro Señor de la Sangre
Diablos irreverentes, saltarines, con máscara bien roja y cuernos de carnero. Se vinieron conmigo, como la mermelada de ciruela y la estampa del Señor de la Sangre. Cada primer domingo de julio hay una razón para evocar Virú, para seguir el camino, a 45 kilómetros de la ciudad de Trujillo y despertar, mirando al Señor de Huamanzaña que ha llegado. Él viene en peregrinación y repite la historia que todos cuentan sobre cómo encontraron al Cristo que ahora veneran. Al Crucificado que permanece en el templo y avanza a su capilla en las afueras del pueblo, para quedarse allí toda la noche y volver al día siguiente recordando la entrada de esas épocas en las que por primera vez apareció a lo lejos y se puso pesado, exigiendo quedarse.