Cómo podríamos resumirnos, si somos mezcla y detalle. Si miramos al sol y este centellea iluminando la montaña, de donde viene el poder telúrico y hace sonar las shacapas, para venerar al representante de ese Crucificado que solo baja del altar cuando arrecia la sequía.
Es el Patrono Jurado de Huaraz y vive en el Barrio de la Soledad. Eligió el lugar cuando era un lodazal y la anciana pastora lo descubrió en medio del charco. Los fieles y el cura se lo llevaron jubilosos, pero él, antojadizo, volvió al pantano, donde milagrosamente levantaron su iglesia. Construcción ubicada a cien metros del antiguo templo de Pumacayan, donde se veneraba al gran Dios Guari de Chavín y al Lucero del Amanecer, o Waraq Koyllur, que era un dios local, según los escritos del artista José Antonio Salazar Mejía.
Y José Antonio es un maestro cuando describe el detalle, la sazón alucinada de la costumbre, el saber milenario de los campesinos que en su cariño inmenso por el Cristo lo llaman: “papachito” o anciano sabio. Estos saberes, creencias de antaño que aún sobreviven, son el espíritu de mis historias. Historias como la de este Señor de la Soledad, que baja del altar mayor un día después del Miércoles de Ceniza, luego del jolgorio y el desborde, para ser expuesto al público y los huaracinos se inclinen ante él en lo que la costumbre denomina: “Mutsaki”, besar los pies del señor.
Es el único momento en el año que pueden tenerlo cerca, pues en mayo, que es su fiesta, lo reemplaza en las calles el Paso del Señor o Señor de Mayo, un cristo articulado, que además de salir en este festejo, participa en la Semana Santa y debe ser clavado, desclavado y ubicado en el anda del Santo Sepulcro.
Esta imagen es obra del reconocido escultor Godofredo Zegarra, huaracino de gran talento y empeño, quien talló la efigie porque la original desapareció con el terremoto de 1970. Don Godofredo ha curado también las heridas graves del Señor de la Soledad, el jefe máximo del barrio y de la ciudad, quien quedó a merced de las llamas de fuego el 7 de abril de 1965, día en que por salvarlo murió el Alcalde de Huaraz, Moisés Castillo.
Ejes de vida, desgracias, milagros, creencias y apegos están en la figura de este Crucificado. En el “barrio donde sale el sol” los devotos se juntan el 1, 2 y 3 de mayo, pero también ocho días después en que con pompa y orgullo celebran la Octava. Llegan los Shacshas haciendo sonar sus “shacapas”, con su látigo que podría ser el rayo, con sus movimientos de libertad y opresión, con cariño y mucha fe, como la de Alfonso Salazar, “campero” de la agrupación Flor de Huaraz. Él, baluarte de la tradición, exige a los jóvenes respetar la esencia de la danza, el título de Patrimonio Cultural de la Nación y no tergiversar los sones ni el traje: “Hay que conocer el baile, lo que significa, la fe en el Señor de la Soledad y no cambiarlo simplemente para que nos llamen modernos”.