La carga devocional y ritual de la región La Libertad merece nuestra atención. Los pueblos de esta zona aún siguen pegados a costumbres antiguas que fortalecen un apego inusual a sus imágenes religiosas. En la virgen o el cristo, en el santo o la santa, está todo el bagaje cultural que singulariza a cada anexo, distrito o provincia. Conociéndolos a partir de lo que creen y sienten es una buena manera de empezar a conversar, a comunicarse, a relacionarse.

Un resultado estadístico confirmó que Huarochirí es la provincia más fiestera del Perú. Sin embargo, una región a la que siempre vuelvo y a la que evoco con frecuencia, cuando hablo de festejos, es La Libertad. Para muchos, su historia festiva podría reducirse al Concurso de Marinera, pero eso sería un nefasto atrevimiento. En La Libertad, en su costa y más en su sierra, muchas celebraciones han quedado bañadas con ancestral ritualidad y con detalles diversos que las adornan y embellecen, que las vuelven especiales.

En enero, San Sebastián es el patrón del agua y enemigo de las sequías en la ciudad de Chepén, y el Señor de la Piedad de Simbal, permite que en su festividad, se abra el mercado para el intercambio. El intercambio entre los pobladores cercanos al mar y los que están en las alturas. Unos traen el mococho y los pescados salados. Los otros, las papas y paltas, el maíz. Así, sin necesidad de dinero, se vinculan y comercian.

En febrero, los enmascarados tocan sus latas en Huanchaco y vemos en lo alto a Nuestra Señora del Socorro. Suena una marinera y ella avanza por las calles, al borde de las aguas azules, con el sol que cae –diametralmente- perfecto. Cuando recuerdo que la virgen se va cada cinco años peregrinando a Trujillo, evoco la imagen de Santo Toribio de Tayabamba. Él es un viajero nato y ha quedado en la memoria con su poncho de lana y su sombrero. Con su fiambre de frutas y panes, de habas frescas y cuyes.

CHEPÉN. San Sebastián recorre las calles

En Pegoy, el punto de descanso, aprovechamos para saborear el cebiche de gallina, y apuramos el paso al encuentro con el Santo Toribio de Collay. Juntos, anfitrión y visitante van al templo, a ubicarse al lado de la Virgen de la Candelaria. Lo que cuentan después sucede en la clandestinidad: por la noche estos personajes huyen hacia los campos a buscar el torito de oro que dejó alguna vez el segundo arzobispo de Lima.

Tanto apego a la leyenda no basta. Ángel Gutiérrez, mi aliado cultural de Moche, compartía sus ajetreos costureros. Ay, que las blondas de la Dolorosa, el dorado perfecto del Señor de la Misericordia. Todo porque el 2015, en plena Semana Santa, recibirían la resolución del Ministerio de Cultura confirmando que esta costumbre es Patrimonio Cultural de la Nación. De hecho, ensalzaron la sopa teóloga, ese potaje contundente que salió del convento y se quedó en las casas de los mocheros, quienes le han dado el toque típico del azafrán, de los tomatitos, de las roscas con su adorno en forma de cruz, de la lenteja bocona.

GITANOS. De la Virgen de la Puerta de Otuzco

La Libertad es un libro abierto si de tradiciones se trata. A la Virgen de la Puerta le encantan los negritos y gitanos. Al Señor de los Milagros de Paiján es bueno recordarlo en El Milagro. San Martín de Porres de Cachicadán bendice, a cada rato, su cerro La Botica. Los Pallos son el símbolo de Santiago de Chuco. A la Virgen de la Altagracia le gusta ver a su hijo pasear por la plaza. En Cascas no pueden más con el orgullo cuando hablan de que Simón Bolívar estuvo por allí y les dejó a la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, a quien veneran en octubre, con buen vino y puro, con las uvas que producen y que en julio también tienen su festival.