Las herencias suelen ser un gran aprendizaje cuando volvemos a ellas y renovamos nuestras prácticas, esas que nos conectan con un mundo, con un entorno, que nos pertenece y por lo mismo, debe respetarse y tratarse con cariño.

El agua sigue siendo sagrada, escurridiza lluvia que llegas y te anuncia el zorzal, el chihuaco que al final de la tempestad llenará su buche con los gusanos que arroje la tierra. Él es un anunciador nato, como tantos otros – la gente sabe hacia dónde mirar y en qué momento- para divisar el aguacero. Después de una sequía, extrema, la emoción será mayor.

En la ciudad de Huaraz, si no llueve en años, pedirán que salga en procesión el verdadero Señor de la Soledad y de seguro, al finalizar su recorrido, caerá el agua, la chirapa si viene con sol; la loca si llega rápido; la warmi lluvia si viene de a pocos y se queda todo el día.

En Lámud (Amazonas) el Señor de Gualamita, patrón de la tierra, patrón milagroso, era sacado en andas para llamar a las lluvias como en Puno, cuando empuñan las istallas y las mueven alentando a la fertilidad a que avance hasta alcanzarnos. Las mantitas hacen su papel en plena ceremonia, de carnaval o de homenaje al cerro Monte Kururu, en Yanapata, allá en el ombligo del mundo, en la provincia de Yunguyo.

Los campos florecerán, florecerán. Rocío mágico, gotas de agua detenidas en la hierba, en plantas y árboles, un acto de profunda ternura que saben disfrutar los cajabambinos, cuando festejan el Día del Florecer la madrugada del primero de mayo. Sobre una huaylla o grama esperan a que caigan los rayos solares mientras se mojan con el shullay o rocío. Recogen flores y se llenan de energía, así dicen.

Dicen más en la época de San Juan, cuando en la selva buscan ríos y quebradas, cochas y caídas de agua para purificarse con un baño sagrado y recibir la bendición de San Juan Bautista que aunque ha perdido la cabeza suele recuperarla en forma de juane, un juane mestizo e indígena, de arroz, aceituna y huevo, de gallina aderezada y hoja de bijau, tierna y perfecta.

El acto de comerlo siempre será al borde, en la orilla. Solo allí tendrá sentido, en junio, y 24. Solo así habrá valido la pena el trabajo intenso, de buscar la leña, de soasar las hojas y colocar sobre ellas generosas porciones de masa llenas de sabor, el único, que trae de ingrediente básico la ritualidad del festejo, una ritualidad que no se olvida y que permanece a pesar de los conciertos y las ferias, a pesar de los mega eventos.

San Juan no es solamente la extrema celebración, masiva y comercial; es también el íntimo encuentro con el santo en una velada, el lenguaje culinario del juane, la unión familiar, el compartir una historia que se repite cada año y la selva se vuelve fiesta. Porque aún es verde y hay agua, porque aún hay tradición.
Ojalá seamos capaces de aprender, de aprender a reconocer y a respetar, a detenernos y escuchar, tantas veces. Ojalá empecemos a mirarnos también como selváticos, como protectores de nuestra gran biodiversidad, de nuestros bosques, de nuestras lagunas y paisajes, que hablan y viven, esperemos por mucho tiempo.